lunes, 10 de octubre de 2011

El orgullo de las Musas 


Una noche cubierta de estrellas, en la cima del monte Helicón donde está ubicada la morada de las talentosas Musas, hijas de Zeus y Mnemosina, diosas de las artes como la poesía, la comedia y la música. Estaban esa noche todas en el jardín tocando de manera suave sus instrumentos, esperando la llegada de alguien. 

—La noche de hoy es adornada por las ochenta y ocho constelaciones que nos recuerdan la historia de poderosos seres que caminaban por la tierra hace tiempo —comentó Urania, la de los celestes ojos—. Y nuestro nuevo pupilo tiene una hora de atraso. 

—Descuida hermana es sólo un mortal y a ellos les cuesta ubicar las divinas moradas en donde habitan los inmortales — contestó Talía, la de la alegre sonrisa—. Aparte no olvidemos que el pobre es ciego y le costara más. 

—Es cierto. Es una lástima. Es un mortal joven pero tiene mucho talento. —dijo Clío, la de los históricos recuerdos. 

—Y eso es lo único valioso para nosotras. A pesar que perdió la vista conociendo las maravillas que tiene la tierra, no será el último ni el único de nuestros pupilos que haya sido ciego de vista pero grande de talento. —dice Calíope, la de gloriosa fama. 

—Aunque ustedes creen que pueda superar el gran talento de nuestro Orfeo. —dijo Euterpe, la de melódica voz. 

— ¡Por supuesto que no! Orfeo es muy talentoso y lo sigue siendo después de muerto. —comento Polimnia, la de profundas verdades. 

—Es cierto. Fue bueno que nuestro tío Hades, por mandato de nuestro padre Zeus, le concediera a Orfeo la gracia de deleitar a las almas recompensadas por los dioses en los jardines de los campos Elíseos. —dijo Tersícore, la de los suaves pies. 

—Sí. Pero volviendo con el nuevo, siento que su talento será tan grande y majestuoso que será admirado mucho más allá de nuestros tiempos. —dice Calíope. 

— ¿A qué te refieres con eso hermana?—pregunta Melpómene, la de los instantes trágicos. 

—Me refiero que si hacemos que todo su talento brote y le enseñamos a usarlo adecuadamente, puede hacer que los mortales no olviden completamente a los dioses como puede ocurrir en algún momento. —fue la respuesta de Calíope. 

—Por favor que tonterías estás diciendo Calíope. —dijo Urania. 

—No lo ven, queridas hermanas, acaso con el tiempo las estrellas no pierden su brillo y terminan por morir. 

—Pero los dioses son inmortales, cómo puede morir algo inmortal. Acaso dices eso por las palabras que dijo Apolo hace tres noches en el banquete olímpico. —dijo Polimnia. 

—Sí. Y lo que dice Apolo siempre se cumple. Es verdad, somos inmortales y no podemos morir pero si las personas nos cambian por otros y nos olvidan con el tiempo, no es lo mismo que estar muerto. —dijo Calíope con lágrimas en los ojos. 

—De ser así nuestro cruel destino, hagamos que él sea todo un orgullo para nosotras y que cada vez que un mortal lo escuche o lea algo propio de él recuerde los tiempos en donde los hombres y dioses vivían en la misma tierra. — dijo Clío. 

—Así será. Y haremos que otros se inspiren de él. —dijo Melpómene. 

—Así lo haremos. —respondieron todas las musas a la vez. 

En ese instante, sintieron una suave melodía que les indicaba cuando alguien entraba a su casa. Penetro en el jardín un hermoso joven, al cual las musas le sonrieron. 

—Por fin llegaste, tenemos rato esperándote. —le dijo Talía. 

—Perdónenme pero no logre ver bien el camino. —contesto el joven. 

—No le hagas caso a Talía, ella siempre hace preguntas sin sentido. —dijo Euterpe. 

—Volviendo contigo. Ya te decidiste, quieres que te enseñemos nuestras artes. —le pregunta Calíope. 

—Sí. Es lo que más deseo en este mundo y les prometo no defraudarlas. —fue su respuesta. 

—Eso esperamos todas. Por cierto, no conocemos tu nombre ¿Cómo te llamas?—pregunta Calíope. 

—Mi nombre es Homero, celebres diosas. 

—Muy bien Homero, comenzaremos ahora mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario